Cuando escuchamos una canción, vemos una película, o jugamos un videojuego, convertimos experiencias en recuerdos. Pero ¿Qué se puede hacer con estos recuerdos? O mejor, ¿Qué nos es permitido hacer con esos recuerdos en un mundo de monopolios de imaginarios?. Poco a poco las plataformas culturales reestructuran a su voluntad nuestra libertad e intimidad con los medios con los cuales mantenemos lazos afectivos. Justo estos medios que tenemos más cercanos nuestros corazones, los que mejor conocen nuestras cualidades y defectos, aquellos a los cuales hemos recurrido cuando ningún humanx podría entendernos: ¿Qué es lo que nos resta además de consumirlos pasivamente esperando el momento el cual estos contenidos se hundirán para siempre en las profundidades de la datosfera (probablemente llevándonos consigo mismos)?. 
       No sólo el acceso al contenido se ha vuelto rehén de las políticas del copyright y de la burocracia tecnológica de la “ley” de oferta y demanda. Este panorama neoliberal ha sido también la fundación para una generación de creadores artísticos del arte contemporáneo, cuyas producciones son estimuladas a crear nuevos mundos, sus propios mundos, a la vez que articulan imaginarios colectivos que posibiliten la identificación con el observador y posiblemente, alguna organización social. Estos universos solitarios, dislocados de cualquier conexión sentimental, son el escenario perfecto para la explotación y el control de las imaginaciones artísticas: en ellos se instrumentaliza el trauma moderno de la originalidad. 
       En contrapunto a la tendencia individualista y homogeneizante de la generación de nuevos mundos artísticos, una nueva gama de artistas dedican sus prácticas estéticas a revisitar sus memorias e histórias junto a los medios que han sido orientados a consumir en sus juventudes, percibiendo la anti-originalidad como un cánon estético. En el ámbito del arte contemporáneo, yo los llamo cariñosamente por neo-revisionistas: artistas que, por un lado, critican la historicidad y/o la lógica mercantilista a la cual fueron sometidos en cuanto consumidores de imaginarios y por otro, zombifican sus caprichos estéticos al presentar versiones profanadas y/o beatificadas de los mismos. Pero en este juego de referentes, el neo-revisionismo deja un sabor amargo cuando se evidencia que su reivindicación es por la autonomía de decidir cual imaginário será el próximo sacrifício al cubo blanco en lugar de plantear estratégias de supervivencia y mutualismo entre imágenes y observadores. 
       Ahí entra en juego el trabajo de Laos Salazar, que, en contracorriente a las tendencias demasiado arte-céntricas del neo-revisionismo, deja de lado el ensimismismo del arte contemporáneo para enfocarse en su propia relación con los medios que habitan en su imaginario. Aunque en esta expo encuentres muchas obras hechas en papel, cómo fotografías y dibujos, el verdadero medio de esas piezas is the media itself: son los discos, lxs artistas, y los referentes que están impresos en su memoria. En If you’re feeling sinister, Laos no está “apropiándose” de otras imágenes: éstas son sus confidentes más cercanos. De ahí muchas otras lecturas se evidencian, cómo su trayectoria en cuanto activista LGBTQ+, Fassbinder impersonator y persona non grata, pero en su concepción, su primera exhibición individual propone un encuentro entre comunidades de observadores y de imágenes para sanar a un corazón roto.
Lucas Lugarinho.